Micaela Guyunusa

RELATO

París,  20 de septiembre de 1833

Micaela se agachó despacio, recordaba esos dolores como un torrente del río que hacía vibrar sus caderas. Era el momento y su chinito iba a nacer. Sería como aquel bebé maravilloso que le arrancaron de su vida allá en el Arroyo Salsipuedes? Sería tan hermoso con esos ojos negros de la noche y esa piel de barro como su tierra? Tacuabé estaba junto a ella, podía oler su transpiración, podía sentir su cercanía, pero no lograba verlo. Ese cuarto era muy oscuro, y la tierra húmeda era muy distinta a la que ella conocía. Sintió miedo, a no tener con qué arropar ese ser que llegaba a la crueldad de un territorio que tanto la había maltratado. A no poder amamantar a su niño por no tener suficiente comida para ella, ni agua dulce y cristalina para beber y limpiarlo. La tristeza la inundaba pero los dolores la nublaban. Extendió su brazo a Tacuabé que estaba aún más cerca de lo que ella sentía. El dolor volvió a subir por sus piernas hasta llegar a su cintura y no pudo contener el grito. Tacuabé la sostuvo mientras ella se ponía en cuclillas. Con la otra mano agarró la túnica que se había sacado hacía unas horas cuando todo comenzaba y lo posicionó debajo de su entrepierna. Pujó como lo había hecho aquella vez, agarrada de una rama del árbol junto a su madre que le cantaba una canción de cuna. Logró tocar apenas la cabeza del bebé que se asomaba y esperó que el dolor volviera. Llegó con una fuerza más intensa y levantó la mirada hacia Tacuabé.  A pesar de no tener luz, el blanco de sus ojos se encontraron con los de él. Entendieron el dolor, la tristeza, la miseria en la que estaban, pero ella se sintió  tranquila de que no estaba sola. Y volvió a pujar imaginando el canto de los pájaros, los grillos, las ranas y el agua del río. El llanto de la niña que cayó lentamente en sus ropas no fue instantáneo. Como si su silencio hablara, expresando la desdicha de llegar a ese mundo deplorable. Micaela la alzó aún conectada a su vientre, y la puso sobre su pecho. Decidió nombrarla Micaela Igualdad Libertad, porque era bella como la igualdad y esperanzadora como la libertad. Y se durmieron.

POEMA

Chinita linda de ojos nocturnos,

tus lágrimas hicieron desbordar los caudales del Río Negro.

Te llevaron lejos, más allá de los océanos,

te arrancaron el alma que quedó flotando entre la copa de los árboles.

Un hijo chiquito dejaste atrás y otro en tu vientre llevaste lejos.

Te vendieron, te mostraron y expusieron tu cuerpo,

como animal en vías de extinción en una ciudad culta, fría, lejana.

No hace falta viajar a París para encontrarte en algún museo,

tu vida quedó en el campo junto a tu pueblo.

India charrúa, chinita linda, ojalá te recuerden hoy y siempre,

tanto en la tierra como en el cielo.

BIO

El primer presidente de Uruguay, Fructuoso Rivera tenía un difícil trabajo por delante. Su misión como gobernante de una delicada nación emergente era el de unificar a todos los sectores políticos bajo un mismo ideario. Difícilmente iba a poder juntar artiguistas, porteños, simpatizantes con el Imperio luso brasileño o aquellos que consideraban a Uruguay como una provincia más de las Provincias Unidas del Río de la Plata, como por ejemplo el General José Antonio Lavalleja.

Este es un relato triste, violento, que nos hace repensar la humanidad. Esta es la historia de una india charrúa, María Micaela Guyunusa, víctima de la más despreciable actitud de personas que, por poder, por fama o por dinero, dejaron una herida imborrable en la memoria de Uruguay. Historia que además, se dio en todos los países de Latinoamérica.

Los charrúas, pueblo originario de toda la Banda Oriental, sufrieron persecuciones y capturas por parte de colonizadores y luego gobernantes. Entre ellos estaba María Micaela Guyunusa, hija de María Rosa, bautizada en Paysandú según los registros eclesiásticos. Desde niña había acompañado a su madre y muchos de los charrúas en las campañas de Artigas. A los 19 años apoyó la gesta de los “Treinta y Tres Orientales” en 1825. Pero cuando comenzaron los conflictos internos de poder, su pueblo quedó a merced de la incertidumbre.

Su peor pesadilla la vivieron cuando en abril de 1831 fueron convocados por el primer presidente de Uruguay para pacificar sus relaciones y negociar una protección en las fronteras. Pero fue una auténtica emboscada. Centenares de charrúas llegaron al Arroyo Salsipuedes para ser masacrados por una tropa al mando del coronel Bernabé Rivera, sobrino del presidente.

Despojándola de su hijo, Micaela fue capturada, junto con Vaimaca Pirú, Senaqué y Tacuabé, y enviada a Montevideo donde la esperaba el director del Colegio Oriental, el francés Francois De Curel y un destino aterrador.

“Estos indígenas formaban parte de una quincena de prisioneros conducidos a Montevideo en junio de 1832. El Presidente de la República Oriental del Uruguay me permitió traer cuatro de ellos a Europa, elegidos por ser los que presentaban mayor interés según los informes fisiológicos.” Folleto editado por De curel al llegar a París en 1833.

Y así De Curel se los llevó. Como animales exóticos a la ciudad de las luces, para exhibirlos. Micaela viajó al viejo continente embarazada de dos meses, prueba del posible amor que tuvo con Vaimaca Pirú, quien murió un tiempo después de que su amigo Senaqué falleciera por una infección de una herida nunca asistida. En París se les armó una suerte de toldería donde la gente podía ir a verlos por un monto de cinco francos. No fue mucho el éxito que tuvo De Curel con esta “muestra” satírica e inhumana, pues se había perdido el interés en la sociedad y se comenzaba a criticar estas formas de maltrato en la vía pública.

Tacuabé, el guerrero, asistió el parto de Micaela, que dió a luz a una bebita: Micaela Igualdad. Las malas condiciones y la vergüenza que empezaba a brotar en la sociedad francesa hicieron que De Curel cambiara sus nombres, y los vendiera a un circo. Poco se sabe sobre el final de Tacuabé, o si realmente siguieron el camino circense, ya que se los buscaba por una orden de arresto al francés que los había llevado a vivir en miserables condiciones.

Guyunusa murió en un hospital en Lyon por una tuberculosis pulmonar, y el molde de su cráneo aún puede verse en el museo del Hombre en París. Así como lo leen, aunque duela, aunque cueste creerlo, sucedió. Micaela Guyunusa vivió y sufrió para la memoria de un pueblo que no debería extinguir jamás, el pueblo charrúa.