Martina Céspedes

RELATO

 

República de San Telmo 1807/2019

Turistas y más turistas. Trato de revivir este barrio como si fuera 1807. Calles de tierra, solo algunas casas residenciales. ¿Habrán estado estos árboles? Lo dudo, debe haber habido otros más voluminosos, que dieron sombra a la más temprana sociedad porteña.

Seguramente en ese entonces, parada en esta misma plaza, hubiera visto el Río de la Plata a lo lejos. Este barrio era un altiplano y por ello el lugar ideal para instalarse españoles y criollos, comerciantes y patricios. Desde acá podían ver todo, invasores por mar – en este caso el río – o invasores por tierra. Acá estarían protegidos, aunque sin murallas, un poco confiados.

El tango que suena me trae otra vez al presente, a este casco histórico de la ciudad de Buenos Aires visitado por norteamericanos, chinos y holandeses. Pero ellos solo visitan, no invaden. Vienen a consumir, a conocer y cultivarse. Tal vez quieran también usurpar algún despojo cultural.

La bandera del mástil celeste y blanca no flamea y los bailarines se fueron a descansar. Entonces puedo volver al pasado, cuando la bandera tenía los colores de España, nuestra metrópolis, y todo esto era el corazón del Virreinato del Río de la Plata.

Logro ver a una mujer de unos 45 años cruzar la plaza Dorrego en dirección a la parroquia. Lleva una canasta con alimentos, pan y una botella. Su vestido celeste, con mangas largas y encaje en los puños y cuello, parece dejar una estela entre la muchedumbre. Dobla a la izquierda y la pierdo de vista. Decido seguirla…

En medio de discusiones monárquicas y territoriales, llegan noticias de Montevideo de que los ingleses insisten en invadir Buenos Aires. No había bastado con aquel primer intento en junio del año 1806 para que la corona británica entendiera que los porteños no estaban tan desamparados como parecían. El peligro llegaba por el río. Y aunque muchos simpatizaban con aquellos sajones con alma pirata, el Virrey interino Liniers junto con el Alcalde Martín de Álzaga deciden prepararse aún mejor para darles una non grata bienvenida.

A todo esto, ¿Dónde está Martina? Viuda y con tres hijas era popular en el barrio por tener una “casa de comidas”, para muchos considerada “la pulpería del barrio”. Ella nunca hizo caso a los comentarios que escuchaba en las esquinas. De algo tenía que vivir, y si eso significaba abrir las puertas de su casa para que hombres y mujeres pararan por una copa y algo de alimento, entonces así sería. Y ahora con la tensa situación que se vive en la calle, está convencida de que necesita estar preparada para cualquier eventualidad.

Y el tango vuelve a empezar al son de Piazzola. La pareja baila, para, corrige sus pasos. Más que un número para el turista parece un ensayo. Total, no hay mucho comensal ni público para deleitar. Todos los locales alrededor de la plaza tienen toldos de “antigüedades” y se pueden ver todavía algunas ventanas con rejas coloniales y macetas con malvones de un rojo aterciopelado. El mismo rojo de los uniformes ingleses que están por llegar.

Las tres hijas mujeres de Doña Martina trabajan en la casa tendiendo las mesas, sirviendo y cocinando algunas comidas con lo que llega del puerto y alrededores. Puchero y guisos son los platos más pedidos. Y el vaso de ginebra nunca falta para completar esos momentos de intercambio de ideas, entre risas y a veces llantos de los clientes. Las noticias ya están en boca de todos. Los insistentes ingleses acechan la ciudad.

A Martina ya le fastidia esta realidad. ¿Por qué tienen que inmiscuir sus blancas y altaneras narices donde no les corresponde? ¿Qué afán es ese de venir a imponer su autoridad sobre un pueblo que ya demostró autonomía y defensa propia hace un año? Bastante había que lidiar con las autoridades virreinales, los impuestos a la corona española y las limitaciones que pesaban, particularmente sobre ella y sus hijas, por no pertenecer al sector de la sociedad más acomodado. Las discusiones entre los clientes hacen que Martina pegue dos aplausos para pedir la calma. Las palabras terminan siempre subidas de tono.

Pasan los días y el bullicio cotidiano se apaga. Los ingleses ya están dentro de la Iglesia de Santo Domingo, recobrando fuerzas para las próximas batallas. Su objetivo es tomar la Iglesia de Nuestra Señora de Belén, hoy la Parroquia de San Telmo, que está justo enfrente a la casa de Doña Martina. El ejército porteño ya los había derrotado en distintos puntos de la ciudad, pero eso aún no impide que los ingleses avancen.

Llega la noche fría y oscura, y Martina escucha la cercanía de un grupo de hombres que finalmente tocan su puerta. Ella los está esperando. Algo tiene una mujer, que puede presentir cuando el peligro o el amor la rodean. La piel se le tersa y el corazón le late de forma diferente. Percibe el miedo, pero tiene que enfrentarlos. toc toc toc

–          ¿Quién anda por ahí?

Entre risas y ruidos bruscos, el joven soldado balbucea algunas palabras en español:

-Necesitamous beber, porfavour

Martina respira hondo, y abre apenas la puerta para poder verles la cara.  Con su vela asomando por la ranura logra identificar algunos jóvenes vestidos con uniformes rojos que hacen juego con sus caras y ojos, aún a pesar de tanta oscuridad.

-Caballeros, ustedes sólo podrán pasar con una condición: entrarán uno por uno.

El soldado repite lo dicho por Martina a sus compañeros y todos hacen retumbar sus risas y gritos al aire gélido de la noche. Ante el consentimiento del inglés, Martina cierra la puerta y mira a sus hijas. Las pupilas de sus ojos brillan a la luz de las velas, con temor y ansiedad, pero listas para la cumplir con lo anticipado.

Y comienzan a entrar …

Uno dos y tres inglesitos

Cuatro, cinco, seis inglesitos

Siete, ocho, nueve inglesitos

Diez, once y uno más

Con sogas, palos y retazos de tela, la escena se convierte en una auténtica danza tribal. Uno a uno los soldados se sumergen en la oscuridad de la casa, mientras las hadas les dan ginebra, los enrollan, los atan y amordazan, despojandolos de sus armas. Mareados e indefensos sucumben en las manos de las cuatro mujeres, quedando casi dormidos en el sótano y los pasillos, contra las paredes.

Doce soldados ingleses tiene Doña Martina en su posesión para entregarle al Virrey Liniers. Doce hombres cansados, sudorosos y golpeados, junto con armas, bayonetas y cuchillos. La noche había sido larga y no tenía mucho tiempo que perder. El cansancio también la invade.

Como puede, se enjuaga la cara, cambia su vestido por uno menos llamativo y sale en dirección a la Plaza Mayor – Plaza de Mayo – con una bayoneta en mano. Allí se encuentran los criollos, mestizos y todos los vecinos del Altiplano esperando a las tropas de Liniers para anunciar la última batalla contra el enemigo. Camina atenta a las esquinas, cruzando calles ensangrentadas y escondiéndose de cualquier sospechoso que pudiera interceptarla. Luego se mete entre la multitud como si ella misma hubiese venido de luchar contra doce soldados. Logra llegar hasta Liniers y enderezando su postura le anuncia:

-Capitán, en mi casa tengo prisioneros a doce soldados ingleses. Le ruego venga a buscarlos para llevárselos.

La cara de Liniers se transforma lentamente mientras procesa la información que acaba de recibir.

-Pero señora, ¿cómo es que ha logrado semejante hazaña?

Martina explica detalladamente la epopeya de la noche anterior, y le reitera al Virrey que  por favor vinieran a buscar esos once hombres. Los números no terminan de cerrar en la cabeza de Liniers, que se anima a recordarle que ella le había dicho que eran doce, salvo que a uno lo hubieran matado. Martina no duda en responder con altura:

-El duodécimo está vivo y es prisionero de mi hija Josefa. “Y prendidos por amor todo es posible. Se aman y el amor es invencible”.

Una noche inolvidable, donde el amor y el odio encuentran un punto de equilibrio, en manos de una mujer.

Martina es ahora Sargento Mayor del Ejército, con uniforme y goce de sueldo. Pero más que eso, es una mujer valiente, protectora de los ideales de la ciudad de Buenos Aires, y defensora de los que se aman.

 

POEMA

 

La calle Humberto Primo por la que camino, tiene a la parroquia de San Pedro Telmo como protagonista. Al lado se encuentra el museo de música popular latinoamericana, con sus bóvedas de ladrillo viejo, y un patio que mira al cielo y a la cúpula de la iglesia. Quisiera cruzarme con Martina Céspedes, abrazarla y agradecerle por su aporte a la defensa de nuestro pueblo contra los invasores. Felicitarla por su ingenio y su actitud. Pero la casa de Martina no está, en su lugar hay un edificio de los años ’60, con una pequeña placa, que apenas puede leerse a lo alto: Aquí vivía Matina Céspedes

Mientras me alejo de la Plaza Dorrego, entro en la galería el Solar de French, repleta de flores y paraguas colgados que te invitan a participar de una fiesta caleidoscópica. En uno de los pasillos me parece ver a Martina, vestida de uniforme, asomándose por uno de los locales, acomodándose una bota. Su cara muestra una seriedad implacable, pero su mirada trasmite la más pícara de las historias, la de una mujer astuta y habilidosa que no necesita una bayoneta para derrotar al enemigo.

 

 

BIO

 

El relato que hice de Martina Céspedes está basado en hechos reales .

Martina nació en Buenos Aires en 1762, pero no hay registro de su muerte. Tampoco existe información sobre quién era su marido.

Ella era propietaria de un comercio justo enfrente a la parroquia San Telmo, lo que era en 1807 Nuestra Señora de Belén, blanco de ocupación de los ingleses, por ser un punto estratégico debido a sus altas torres.

Martina secuestró a doce soldados ingleses que tocaron su puerta en busca de bebida. Ella les permitió entrar a condición de que lo hicieran de a uno. Luego le entregó once de los soldados al General Santiago de Liniers, quien a cambio le otorgó el cargo de Sargento Mayor del Ejército, con goce de sueldo y uso de uniforme.

No hubo más registro de su paradero solo que se la vio participar vestida con su uniforme durante la procesión de Corpus Christi en 1825 junto al General Las Heras.

Su hija Josefa se casó con uno de los soldados ingleses, haciendo honor al conocido refrán de ¡VIVA LA PEPA!

 

Aún no se han encontrado registros  ni de su sucesión ni de su  hija Josefa. Pero sí que merece ser recordada como defensora de la ciudad.